La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores. Salió a pasear, por el bulevar, hasta que llegó al paseo marítimo, allí miraba la profundidad del océano, de como los ojos no pueden ver hasta el infinito, la visión del infinito está solo reservada a la imaginación. Allí entre turistas que huyen de calurosas urbes como las cucarachas a las que le da la luz, pensó, ¿qué hago yo aquí?. La vulgaridad como forma de lucha contra uno mismo, su deseo de ser especial.
Cuando veía una ola pensaba que le traía un regalo, pero esta ola volvía arrastrándolo hacia el océano, así se sentía Dalloway cuando le pasaba algo bueno, luego se lo quitarían, arrastrándola, las cosas buenas no le sucedían sino era para un mal mayor.
La melancolía era su comida diaria, sin ella, pensaba que moriría de inanición, recordar que el tiempo pasado fue mejor, a pesar de que cuando lo vivía, sentía que era otro pasado el mejor, una mentira en su cabeza, porque el tiempo solo existe en el momento presente. Pero guardaba para sí los recuerdos, como un tesoro perdido en el fondo del mar, esperando que alguien le diera el valor del que ella era incapaz.
Foto de Oatsy40.