Una obsesión de Julia era mirarse en el espejo, pero para ver sus defectos, no sus virtudes, cuerpo menudo, pelo fino, nariz puntiaguda algo caída, una mala de Disney algo agraciada, porque sus ojos eran grandes y profundos, de un verde intenso, con la sensación de ser capaces de descubrir tus secretos más profundos cuando te miraba a los tuyos.
La ropa era una obsesión, Zara su objeto de odio, no podía ser como las demás, tenía que ser diferente, por eso se la veía en mercados de ropa de segunda mano, a la espera de encontrar algo en su momento esplendoroso, ahora diferente, con lo que salir a la calle. Se la podía ver con ropa de invierno en verano y viceversa, su objetivo era destacar, aún sufriendo. Pasaba calor en verano, frío en invierno, pero la vulgaridad, sabía que la mataría, no a nivel físico, a nivel mental. Se extinguiría, pensaba.
Se miraba al espejo, y decía, ¿por qué tengo esta nariz? pero se olvidaba de que lo que le hacía ver su nariz, eran sus bellos ojos.
Se desnudaba y se veía el pecho pequeño, la cadera grande, a pesar de estar delgada y se preguntaba ¿por qué tengo estas caderas? en lugar de sentir la suavidad de su piel.
Sus amigos la querían, ella pensaba que era por pena, se sentía mascota, no una igual. Su trabajo, la asfixiaba una administrativa funcionaria, ella que se veía de pintora en una exposición en Arco. Todo era una frustración infinita, un agujero negro que se formaba cada vez que estaba frente al espejo y se olvidaba de mirarse a los ojos para mirarse a la nariz.
Cada vez que se miraba al espejo, de destruía a sí misma. Pero un día se percato de ello, y los tapó, un pañuelo morado, con un dibujo que representaba el chacra del corazón, y sobre el puso un post it:
Mirarme al espejo, solo me hace daño.
Todo lo demás seguía igual, pasaba frío y calor por su ropa que buscaba en mercadillos, pero al menos su nariz dejó de importarle, porque solo nos importa las cosas que conocemos, la importancia, es una concepción del ego.